Lana del Rey tiene una cualidad que hoy, literalmente, escasea en el mundo de la música actual: Ser una excelsa cantante, sin denotar esfuerzo por hacerlo. Hoy nos presenta este nuevo y grandilocuente material, titulado “Norman F***ing Rockwell”, y desde ya te avisamos que escucharlo entero – de principio a fin – es una experiencia altamente satisfactoria.
Después de “Lust for Life” tuve una sensación agridulce respecto a Lana del Rey. No me mal interpreten, personalmente la sigo desde su magnánimo “Born to Die” y no planeo dejar de hacerlo. Sin embargo, aquel disco tuvo una gran campaña publicitaria que, en gran parte, se debió a la cantidad de artistas que participarían del mismo, generando un “hype” que el mismo álbum no supo igualar. En esta oportunidad, Lana toma distancia de este antecedente y lanza este nuevo disco, con escasa publicidad y en carácter sorpresivo (considerando que, a principios de año, ella comentó a la prensa que se abocaría a su faceta de escritora).
Plagado de simbolismo y homage a la cultura rock yankee, las gemas cinematográficas del cine norteamericano y mismo al artista Norman Rockwell, Del Rey presenta un álbum epitome de la grandeza musical que la caracteriza. Lo “grandioso” o “altamente bello” no solo se debe a la calidad sonora del mismo, que evoca a sus trabajos “Paradise” y “Ultraviolence”, sino también al sinfín de referencias culturales, que se configuran en un aprendizaje directo dirigido a las nuevas generaciones. Así, muchos jóvenes descubrirán que Rockwell fue un pintor contemporáneo de alto renombre, que entre sus obras celebradas, se encuentra el mítico retrato del feminismo “Rosie, the riveter”, o que la introducción del cover de Sublime – Doin’ time – es en base a la intro de “Summertime” de Gershwin (ícono de la música contemporánea estadounidense, influyendo en el jazz, la ópera y música académica e incluso bandas sonoras).
Las reminiscencias a sus trabajos “Paradise” y “Ultraviolence” es ineludible. Basta con escuchar «Cinnamon Girl» y “Love Song” para encontrar una conexión directa con la era “Paradise”, mientras que las guitarras y voz, en este trabajo discográfico lanzado hoy, pasan a ser el principal foco de interés (tal y como lo fue en “Ultraviolence”). Los arreglos orquestales vintage y característicos de Lana del Rey siguen estando, pero no de forma tan nuclear, como lo fue en su era “Honeymoon” o “Born to Die”, también siguiendo esta línea de acentuar las luces en ella. Por último, la colaboración con Jack Antonoff ha dado resultados idílicos, al brindar un buen acabado de producción a las 14 canciones, sumado a la inclusión de diversas figuras detrás de grandes éxitos comerciales, como Andrew Watt (Post Malone, Camila Cabello) y Rick Nowels (Belinda Carlisle, Stivie Nicks, Lykke Li); pese a que contiene todos los ingredientes para que pudiese haber sido un disco pop, típico de esta época, Lana no vende su estilo y esencia en “Norman Fucking Rockwell” y continua detrás de gran parte de la supervisión de todo el material.
En sí, Lana del Rey confirma, con este disco, cómo es la reina de la «juventud no convencional», de esta generación. Ella misma representa toda una idiosincrasia que dista de los iconos pop, que abundan en los charts, y su música lejos se encuentra de ser algo que no se encuentra meticulosamente pensado y compuesto. Aún así, y pese a esa gran dedicación que ella evidencia en su trabajo, no deja de generar esa sensación de ser “effortlessly talented” (de gran talento y sin esfuerzo), sobretodo en este nuevo trabajo discográfico que se aleja de ser algo conceptual (siguiendo esta forma un tanto más libre que comenzó en “Lust for Life”) para ser una demostración de composiciones – algunas yuxtapuestas entre sí, otras altamente relacionadas en su letra – que rinden homenaje a la cultura musical y artística y sirve como un escape a los escenarios caóticos que hoy conforman el presente (algo que se asemeja mucho a la obra del mítico Norman Rockwell).